Las enfermedades infecciosas acaban con millones de vidas cada año. Los niños menores de cinco años, en especial en los países en desarrollo, son particularmente vulnerables. Aunque se han realizado progresos importantes gracias a las campañas mundiales de inmunización para muchas de estas enfermedades, la vacunación de las poblaciones beneficiarias resulta costosa y requiere un apoyo logístico notable. Todas las vacunas que recomienda en la actualidad la Organización Mundial de la Salud (OMS) para tratar estas enfermedades (DPT –difteria, pertussis o tos ferina, y tétanos–, BCG –tuberculosis–, vacuna antipoliomielítica oral –poliomielitis–, fiebre amarilla –para los países expuestos– y sarampión), deben almacenarse en frío (entre 2ºC y 8ºC) para preservar su estabilidad y viabilidad. Esto puede aumentar significativamente el costo por cada dosis de estas vacunas y puede provocar que se desperdicie un buen número de dosis si se rompe la cadena de frío. Resulta igual o más importante el hecho de que puede resultar en que una cantidad importante de vacunas se administren tras haber perdido su eficacia, lo que deriva en pérdidas humanas. Se calcula que las vacunas ineficaces en el África al sur del Sáhara alcanzan o incluso superan el 40%.
El año pasado, unos científicos británicos consiguieron un avance trascendental que “supone una forma simple y barata de estabilizar las vacunas, incluso a temperaturas tropicales”, mediante una tecnología que promete “revolucionar las medidas de vacunación”.
A principios de 2010, científicos del Jenner Institute (de la Universidad de Oxford) y de la empresa británica Nova Bio-Pharma Technologies llevaron a cabo un estudio de validación de concepto y demostraron que las vacunas que están desarrollando pueden estabilizarse durante meses mediante el Sistema Hipodérmico de Inyección Rehidratada (HydRIS) patentado por Nova.
“Ahora mismo las vacunas tienen que almacenarse en un refrigerador o congelador. Eso quiere decir que se necesita una clínica con un enfermero, un frigorífico y una fuente de electricidad, además de camiones con refrigeración para distribuirlas”, explica el Dr. Matt Cottingham, del Jenner Institute de la Universidad de Oxford, director del estudio. “Si se pudiesen enviar las vacunas a temperaturas normales, los costos se reducirían en gran medida y el acceso a las vacunas mejoraría extraordinariamente,” afirma. “Incluso se puede uno imaginar a un individuo en bicicleta transportando en una mochila varias dosis de vacunas hasta aldeas remotas.”
El equipo demostró que dos vacunas distintas desarrolladas con virus pueden almacenarse en membranas estabilizadas con azúcar durante 6 meses a 45ºC sin ningún tipo de merma. Si la temperatura es de 37ºC, al cabo de 12 meses la cantidad de vacuna viral recuperada de la membrana presenta pérdidas muy pequeñas. “Hemos demostrado que una forma muy sencilla de estabilizar las vacunas frente a las temperaturas es eficaz para dos virus que se están usando en el desarrollo de vacunas de nueva generación,” apunta el profesor Adrian Hill, de la Universidad de Oxford. “Desde un punto de vista científico, resulta muy emocionante, porque estos virus son frágiles. Si podemos estabilizarlos a ellos, puede que con otras vacunas sea más fácil.”
Las vacunas utilizan virus vivos que han sido diseñados para que al introducirse en el cuerpo estimulen una respuesta inmunitaria eficaz sin replicarse ni causar la infección. Por tanto, una vida útil larga en vacunas desarrolladas con virus es deseable cuando lo que se pretende es utilizarlas con pacientes que se encuentran en zonas remotas. Con este método, las vacunas se mezclan con los azúcares trehalosa y sacarosa. Después se deja que esta mezcla se evapore lentamente sobre un filtro o membrana donde finalmente se solidifica y forma una fina película azucarada.
El proceso preserva la parte activa de la vacuna “en una especie de animación suspendida” y la protege de su deterioro incluso a altas temperaturas. Al rociar la membrana con agua, la vacuna se rehidrata al instante. “La belleza de este método radica en que un simple cartucho de plástico con la membrana sobre la que se ha desecado la vacuna puede colocarse en la punta de una jeringa,” explica el Dr. Cottingham. “Entonces, con la jeringa se hace pasar una solución a través de la membrana y esto libera la vacuna y la inyecta en el paciente.”
Para el Director General de Nova, Peter White, “esta nueva técnica de administración de fármacos es uno de los avances más interesantes de las industrias farmacéutica y biotecnológica de Gran Bretaña, tanto más cuanto que puede utilizarse con productos altamente inestables, como las vacunas contra el paludismo”.
La preparación de vacunas que no requieren refrigeración se ha considerado uno de los problemas más importantes que quedan por solucionar en materia de salud mundial. Mantener la cadena de frío para las vacunas cuesta millones de dólares cada año. En el año 2000, el total del gasto por la inmunización en los países de bajos ingresos supuso un promedio de 6 dólares de los Estados Unidos por cada nacido vivo. En 2010, el costo de la inmunización con vacunas tradicionales junto con las de hepatitis B y de la gripe haemophilus permanente tipo B (H. influenzae de tipo B)3 alcanzó los 18 dólares de los Estados Unidos por nacido vivo, según datos de la OMS.