“La vida inteligente sobre un planeta alcanza su mayoría de edad cuando resuelve el problema de su propia existencia.”
Richard Dawkins
-El gen egoísta-
En 1976 el renombrado etólogo y biólogo evolucionista Richard Dawkins escribió su primer libro titulado El Gen Egoísta. Fue una obra que causó controversia porque mucha gente fuera del ámbito científico lo malentendió. Incomodó a muchas personas la tesis de Dawkins que tal vez los humanos no teníamos del todo el control de nosotros y nuestras acciones.
Los humanos tenemos una elevada imagen de nosotros mismos, moderadamente nos es útil, es una manera de proteger nuestra autoestima, una herramienta que nos anima a lo social lo cual es un pilar para nuestra supervivencia y que nos hizo llegar hasta este punto como especie. Damos por hecho que nuestras decisiones y acciones tienen base en el libre albedrío y en nuestro raciocinio. Nos sentimos totalmente conscientes de nosotros y por lo tanto en control. Sin embargo hay algo muy pequeño en nuestros cuerpos que aunque nos cueste trabajo aceptarlo, tienen realmente el control de nosotros, bien podrían darnos la impresión de unos homúnculos apretando botones y jalando palancas; los genes.
En un contexto biológico, somos autómatas programados ciegamente a perpetuar la existencia de nuestros genes. Máquinas de supervivencia controladas por alrededor de 30,000 genes. Si analizamos nuestros comportamientos diarios desde un punto de vista evolutivo, veremos que muchas cosas de las que hacemos, hasta el gesto más trivial, es porque seguimos estas indicaciones que nos dan los genes.
La influencia de nuestros códigos genéticos los podemos encontrar en todos lados, incluso en las empresas y mercados. El uso de la imagen de la mujer en los productos masculinos es de los ejemplos más comunes. Las vemos junto a autos de lujo, fragancias, comida rápida e incluso para ventas musicales cuando se ven varias mujeres adulando al cantante mostrando un carácter de macho alfa. Estos son vestigios que contaban para nuestros antepasados. Las mujeres se guiaban por la reputación de los hombres, el que tenía recursos y podía repartir el botín era señal de ser buen cazador. Esto era una garantía para el bienestar de un hijo si esa mujer decidía procrear con ese individuo.
Cuando tomamos el metro, el autobús o llegamos a una sala de espera preferimos sentarnos con cierta distancia de las demás personas a menos que sea un conocido, no es por miedo o higiene sino que inconscientemente damos ese espacio íntimo. Esto se conoce como proxémica y está en nuestros genes. Un acto innato en muchas especies a crear un territorio corporal. Lo hacen los chimpancés y casi todos los mamíferos, incluso reptiles. Era una herramienta útil y simple; “No me fiaré de un extraño” tanto para proteger nuestras pertenencias como para no atentar contra las suyas.
Nos hemos enojado con alguien y optamos por golpear la mesa o azotar una puerta. Este código genético se le llama agresividad redirigida. Fue un magnífico mecanismo de regular las disputas sociales. Desde nuestros ancestros la agresividad siempre ha estado presente y solo tenemos 3 opciones; Reprimirla, que muchas veces es difícil. Atacar al contrincante, que sabemos que va tener un costo significativo y a complicar más aun las cosas, o redirigir la agresividad a un objeto, siendo la mejor opción para todos. Una reacción bien impresa en nuestros genes para nuestro beneficio grupal.
Nuestro manual genético está equipado con miles de instrucciones de las cuales usamos todo el tiempo. Por todas partes se detectan restos de conducta del pasado perceptibles para cualquiera que se lo proponga. En la calle, en la televisión, en el supermercado, en el autobús, en el restaurante, en la sala de espera, los seres humanos parecen comportarse como si estuvieran ilustrando con sus gestos todo el historial evolutivo. Tener un mejor entendimiento de nuestra conducta nos aportará claridad a quiénes somos y cómo estamos hechos.
Fuente: MARIANO CASTILLO, https://www.facebook.com/mariano.castillo.1232., [email protected], México.