Por Chessil Dohvehnain
San Luis Potosí, San Luis Potosí. (Agencia Informativa Conacyt).- Originario de la Ciudad de México, Bernardo Yáñez Soto es un investigador que se graduó en ingeniería química en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) pero que, en lugar de seguir la ruta tradicional de formación académica, se incorporó al sector industrial el cual le permitió continuar con su formación en Inglaterra, obteniendo una maestría enfocada en la ciencia y tecnología del cuero.
Desde que era pequeño siempre mostró interés por la ciencia impulsado por los libros que su madre, una microbióloga profesional, le obsequiaba. Nunca dudó ni siquiera en la carrera universitaria que se alejaría del camino del conocimiento. Pero conforme terminaba, consiguió empleo en una empresa de curtiduría que lo contrató sin dudar.
Durante los ocho años posteriores a su posgrado, Bernardo Yáñez se encargó de la gerencia técnica y diseño de procesos productivos que aseguraran la calidad de lo que se producía en el sector en que trabajaba, y fue a los diez años de haber salido de la licenciatura que se decidió por dedicarse a hacer investigación científica básica de tiempo completo, estudiando el doctorado en la Universidad de Wisconsin-Madison.
Para él lo que ocasionó que optara de forma definitiva por la academia, se debió a una anécdota particular que le ocurrió mientras trabajaban en un cuero hidrofóbico o resistente al agua.
“Siempre hay problemas con eso por las especificaciones o características, porque no cualquier tipo de cuero puede ser hidrofobizado. Y de repente alguien, mientras estábamos en una plática sobre eso, salió con algo extraordinario: dijo que un cuero curtido al vegetal era hidrofóbico. Ahora eso no es normal, y cuando preguntamos cómo lo había logrado, la respuesta que me dieron fue ‘nanotecnología’. Y me sentí frustrado porque no entendía cómo era posible que yo, que siempre estaba tan interesado en la ciencia, no fuera el que estaba al tanto de ese conocimiento. En ese momento decidí que tenía que dedicarme a algo que me permitiera acceder a ese conocimiento”, comenta en entrevista.
Experiencia en la investigación científica para la salud ocular
El proyecto de doctorado que realizó le permitió desarrollar materiales para la creación de córneas artificiales. El trasplante de córneas tiene una altísima tasa de éxito a causa de las peculiaridades de la córnea en sí misma. Que la córnea de nuestros ojos no esté vascularizada (que no posea sangre), permite que el cuerpo acepte el trasplante de manera eficaz. Sin embargo, en números reales hay menos donadores de córnea que la cantidad de estas que se necesitan para trasplante.
“Hay además una serie de enfermedades oculares en las cuales, aunque te trasplanten una córnea, el mal no se remediaría. Estas y otras cosas hacen que se vuelva necesario el desarrollo de córneas artificiales (…) Ya hay varios modelos de córneas en el mercado, como la tipo Boston, que es la más usual, y otras que usan hidrogeles, entre otras. Pero todos tienen un problema. La integración con el ojo no es tan buena, o salen fluidos o entran infecciones o la córnea artificial se separa, etcétera. Pero si tuviéramos la córnea artificial, y si las células de la superficie del ojo crecieran encima para protegerla, entonces no tendríamos muchos de esos problemas”.
Para Bernardo Yáñez, lograr esto durante su doctorado implicó plantear el uso de tipos de córneas ya existentes para cambiar químicamente la superficie, de tal manera que las células del ojo pudieran crecer sobre las córneas.
Replicar las características de suavidad y textura de una córnea natural junto con las propiedades químicas le permitió desarrollar una membrana artificial que, al colocarse sobre las córneas artificiales, posibilita el crecimiento de las células del ojo sobre el material trasplantado. Una innovación que aún está en proceso de desarrollo antes de entrar al mercado.
“Cuando terminé el doctorado, hice un posdoctorado en la Universidad de California en Davis, donde realicé un proyecto algo diferente. Dentro de las enfermedades que hacen que los trasplantes no sean exitosos, hay un grupo denominado síndrome del ojo seco, en la que la calidad de las lágrimas es inadecuada. Como la córnea no está vascularizada, sus células se nutren con lágrimas. Si no hay suficientes lágrimas, las células de la córnea mueren, y si mueren, la córnea se vuelve opaca”.
Alrededor de 20 por ciento de la población nacional padece alguna enfermedad ocular dentro de este grupo de patologías, que van desde grados que pueden ser tratados con gotas, hasta el grado más grave para el que no existe un tratamiento eficaz conocido.
“Hay un caricaturista en Estados Unidos que sufrió cáncer de hígado, y dentro de las reacciones secundarias de un trasplante de hígado está el desarrollo de la enfermedad del ojo seco. Él cuenta en su experiencia que, después del cáncer, de la quimioterapia y el trasplante, lo que es más insoportable de todo eso, es el ojo seco. Es una cosa terrible. Hasta hizo un cómic sobre el ojo seco”.
Las mujeres en edad mayor a los cuarenta años suelen ser las más afectadas por esta enfermedad. Y aunque está la opción del tratamiento de gotas, que puede llevar a tener altos costos de mercado, Bernardo Yáñez propuso en su estancia posdoctoral abordar el problema de los tratamientos oculares como uno de los fenómenos de superficie.
“La idea era tomar la superficie del ojo para hacerle una modificación de tal manera que cuando me ponga gotas en los ojos, estas se queden adheridas al ojo y no se ‘rueden’. ¿Cómo cambiar la superficie del ojo (las células) de tal manera que las gotas se retengan ahí? Y esa investigación es parte de lo que me traje aquí”.
De vuelta a México: ciencia, investigación e innovación
Durante su estancia en California, Bernardo Yáñez se enteró de la reciente apertura del programa Cátedras del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), para el cual no dudó en registrarse. Poco tiempo después, el doctor Magdaleno Medina, famoso hoy por ser el líder del equipo que creó la teoría autoconsistente de la ecuación generalizada de Langevin para describir sistemas fuera de equilibrio, le llamó por teléfono interesado por su trabajo, y así fue como terminó en San Luis Potosí involucrado en el Laboratorio Nacional de Ingeniería de la Materia Fuera de Equilibrio (Lanimfe).
“El cambio fue duro porque estuve siete años y medio en Estados Unidos. Dicen que es traumático vivir en México y luego en Estados Unidos. Lo que nadie dice es lo traumático que es después de haber estado viviendo allá, regresar a México. Cuando tú te vas de aquí, la gente te tiene mucha paciencia porque dicen ‘es el extranjero, hay que ayudarlo’. Cuando regresas aquí, nadie te tiene paciencia”, comenta entre bromas.
Para Bernardo Yáñez, el contraste en la manera de hacer investigación científica es otro punto del cual aprendió demasiado, ya que en Estados Unidos existe mayor presupuesto casi siempre, además de más gente y más recursos.
“Pero aquí (México) no estamos mal. Con los recursos que tenemos se hace muy buena ciencia. También hay un problema en tener demasiados recursos allá. Luego te los malgastas. Pero cuando sabes que tienes poco, haces los experimentos más relevantes o significativos, y logras muchas cosas con poco presupuesto. En Estados Unidos, cuando contratan a un nuevo profesor, lo contratan con un paquete y no nada más ‘bueno, ya estás aquí, a ver cómo te las ingenias para conseguir recurso’. No, allá lo contratan y le dan un millón de dólares o más para que se compre equipo, para pagar a posdoctorandos y estudiantes que reciben beca de los profesores”.
Y a pesar de las “pequeñas” diferencias, Bernardo sostiene que la ciencia que se hace en México es una de alta calidad que puede llegar a ser más competitiva si tuviéramos las mismas estrategias de investigación que se han adoptado desde hace décadas entre la academia norteamericana.
“En el pasado, los profesores hacían investigación y formaban estudiantes. A partir de los ochenta eso cambió. Los profesores ya no solo hacen investigación y formación de recursos humanos, sino que además tienen que hacer innovación con patentes y vinculación fuerte con la industria. Aquí en México ya lo estamos empezando a hacer. Estamos un poco atrasados con respecto a Estados Unidos, no tenemos las mismas facilidades y las universidades no están acostumbradas a tener esa vinculación con la industria ni a tener oficinas de patentes. Pero es algo que con el Laboratorio Nacional estamos tratando de impulsar”.
El futuro de la investigación en México y la muerte de la tradición
Durante las inquietudes del equipo del doctor Magdaleno Medina en el que se encuentra activo, surgió la preocupación también por impulsar los avances de investigación de la materia fuera de equilibrio. Inquietud que fue soslayada por la sugerencia del mismo Conacyt para consolidar un laboratorio nacional.
“El Lanimfe surgió de esas inquietudes que teníamos sobre cómo hacernos de recursos. Es mucho trabajo, claro, pero tiene muchas ventajas. Es un punto focal en el cual se puede desarrollar toda una serie de carreras y líneas de investigación. Trabajar en equipo ha sido muy complementario, sobre todo porque el doctor Magdaleno es una persona con un súper ímpetu que no se siente una ‘vaca sagrada’, sino que nos apoya en todo y nos da nuestro lugar. Él fue quien impulsó el desarrollo del laboratorio nacional y nos está dejando a nosotros libertad para modelar el rumbo futuro del laboratorio”.
La comunidad de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP) y del Instituto de Física, sedes del laboratorio nacional más joven del país, ha recibido el trabajo del equipo en que participa Bernardo, con rotundo éxito. Las puertas están abiertas para ellos, incluso en la aurora institucional para vincular la academia con el sector privado e industrial.
“Tenemos que empezar desde cero, forjando la confianza de las empresas, porque aquí en México si ellas tienen un problema, la academia no es la primera opción en la que piensan. En la industria en que trabajaba, jamás se me hubiera ocurrido llamar a la universidad sino a los proveedores. Y siempre llegaba el proveedor con un nuevo producto que solucionaba todos mis problemas. En cambio, ahora, nosotros tenemos una chamba de darle la confianza a las industrias de que somos capaces de hacer eso a un menor costo.”
Para Bernardo Yáñez, esta vinculación entre sectores académicos y privados o industriales obedece a nuevas estrategias que las partes ejecutan con diversos objetivos e intereses. Y uno de esos incentivos es la capacidad que tal vinculación ofrece a la academia para que sus investigaciones tengan un impacto real y tangible en la sociedad, aunque todavía la tradición científica se resista en ocasiones a ello por diversas cuestiones legales, éticas o políticas.
“Es algo que vamos a lograr, va a costar trabajo y no todo mundo lo va a hacer. Porque dentro de la misma academia siempre hay un sector que siente que cualquier cosa que tuviera que ver con la industria y las ganancias de dinero implica una forma de prostitución del conocimiento. Y queda en aquellos que no tenemos esas ideas, la labor de echar esto para adelante; que nos tengan confianza. La industria no nos tiene confianza porque aún no nos conoce y nosotros tampoco los conocemos a ellos. Tenemos que hacer que la industria empiece a ver que somos capaces de solucionar problemas que ellos tienen, y nosotros tenemos que empezar a introducirnos en la industria y empezar a ver qué problemas tienen”.
Para él, la investigación científica también tiene que entender que hay paradigmas que tienen que romperse si se quiere sobrevivir al futuro que se avecina, “y una estrategia es no solo empezar a creer que somos igual de buenos que cualquier investigador extranjero, sino también comenzar a idear maneras de vencer los obstáculos que nos impiden hacer investigación, sean administrativos, técnicos, tecnológicos y políticos”.
Bernardo opina que el futuro para los jóvenes investigadores también se decidirá en la medida en que estos se involucren en la ciencia misma, tomando el riesgo de la mano para aventurarse a hacer por sí mismos lo que otros tienen miedo de hacer.
“Y también que no se concentren en que la ciencia es algo que solo se hace en los laboratorios de las instituciones. La ciencia es algo que se hace en todos lados, y en la industria también. Aquí en México lo hemos olvidado, y creemos que la industria casi no hace ciencia, pero es algo que tenemos que reimpulsar. México está formando personas altamente capacitadas de muy alto nivel que no pueden entrar ni a la academia porque no hay lugar, ni a la industria porque creen que ahí no se hace ciencia. Lo que los jóvenes tienen que hacer es arriesgarse y crear su propia empresa si es necesario”.