Por CONACYT
Actualmente, diagnosticar la tuberculosis no es muy accesible, debido a sus requerimientos técnicos, por lo que el desarrollo de una herramienta bioquímica transportable y de bajo costo, como puede ser un pequeñísimo laboratorio, resulta sumamente atractivo y eficaz: el biochip.
Si de asesinos en serie hablamos, el que hoy en día aventaja a cualquier otro resulta ser un microorganismo que, como esta denominación lo indica, sólo mide unas cuantos micrómetros de longitud: el bacilo Mycobacterium tuberculosis.
En la ciudad de Berlín, hace 129 años –un 24 de marzo, para ser exactos–, el famoso Robert Koch anunció el descubrimiento de esta bacteria, terminando así con una serie de mitos sobre el origen de la tuberculosis, y abriendo al mismo tiempo la esperanza de erradicarla. Seguramente, muchos hemos escuchado sobre la sintomatología de esta enfermedad crónica, que incluye tos constante, cansancio y falta de apetito; manifestaciones de una enfermedad que, mitológicamente, fue difundida en la Nueva Inglaterra del siglo XVIII como motivo de supersticiones vampirescas, y en la Europa del siglo XIX, como ícono de sensibilidades artísticas; aunque no hay que descartarla como barómetro de pobreza en la época contemporánea.
Ciertamente, se trata de una enfermedad relacionada con sistemas de defensa debilitados, como es el caso de organismos desnutridos, o que presentan cuadros de inmunosupresión. Por ello, no resulta sorprendente que, tratándose de una enfermedad relativamente controlada hasta los años ochentas del siglo pasado, ahora, en combinación con el sida, represente el agente patógeno que mayor número de muertes causa en todo el mundo.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, unos 4,800 decesos pueden ser atribuidos a Mycobacterium tuberculosis cada día; ello significa que 16 personas, aproximadamente, habrán muerto por esta enfermedad, en el mundo, durante el tiempo que toma leer este artículo. Pero, paradójicamente, como si se dejara suelto a un asesino en serie, postergando su búsqueda, los métodos para detectar el bacilo tuberculoso y controlar su dispersión han sido relegados por décadas. Y en este escenario, nuestro laboratorio del Centro de Física Aplicada y Tecnología Avanzada de la UNAM, en Juriquilla, Querétaro, trabaja actualmente en el desarrollo de una tecnología innovadora que permita diagnosticar la tuberculosis en poco tiempo, mediante un sistema accesible a múltiples sectores de la población, sin que su aplicación dependa de infraestructura costosa ni de personal altamente especializado. Esta tecnología incluye tanto aspectos bioquímicos como de microelectrónica avanzada –este último aspecto, en colaboración con una interesante red nacional de investigación-.
Revista Ciencia y Desarrollo CONACYT
Edicion: Febrero 2011