Por Juan Antonio Reus
“El hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el superhombre; una cuerda tendida sobre el abismo. Es peligroso cruzar al otro lado, pero también es peligroso quedarse a medio camino; es peligroso detenerse o ponerse a temblar. La única grandeza del hombre consiste en ser un puente y no una meta”.
-Friedrich Nietzsche
Discursos van y discursos vienen, gurús vienen y gurús van, pero en la lucha de los gobiernos y las instituciones por impulsar a las empresas a elevar los niveles de competitividad, los conceptos sesudos y las fórmulas novedosas de los grandes pensadores del tema pueden convertirse en una tormenta que baña al empresario y lo ahoga por momentos.
“Hay que ser más productivos“, dicen unos; “los procesos son la clave“, apuntan otros convencidos; “no, la cuestión es la globalización”, aseguran los más versados. Y en esas discusiones estamos mientras que los temidos chinos, los indios (los de la India, no los apaches), los rusos, vietnamitas, coreanos, japoneses, gringos, canadienses, alemanes y demás; pasan de largo y se hacen de las oportunidades, de este lado y también del otro de este convulso mundo nuestro.
Al paso del tiempo, teniendo la afortunada oportunidad de visitar diversos países año con año, y ver de primera mano las medidas de fondo que están tomando los gobiernos, las organizaciones y los empresarios, he llegado a algunas conclusiones que me permito compartirles como un “Breve Decálogo de Competitividad”:
1. En un país desarrollado, el gobierno es competitivo, pero también lo son las instituciones y principalmente los individuos.
2. Los principios de orden y disciplina son prerrequisitos sine qua non para lograr la competitividad; el verdadero nacionalismo no se relaciona con colores partidistas, credos, religiones o colores de piel, sino en entender y anteponer los intereses nacionales por encima de los individuales. No es un problema de leyes, sino de cómo se aplican. Si al país le va bien, a todos nos va bien.
3. Por supuesto que es muy importante la aptitud para lograr ser competitivo, pero tanto o más importante es la actitud; comprometerse verdaderamente con la dinámica del cambio exige no sólo buenos deseos, sino acciones decididas.
4. Los países competitivos se preocupan por la elevación de la educación, pero también valoran altamente la experiencia; no siempre los altos niveles académicos son sinónimo de competitividad.
5. Se requiere vivir en un proceso de permanente innovación para diferenciarse en el mercado.
6. La adecuada capacitación del personal es un seguro de vida contra la obsolescencia; ¿Cómo sería posible innovar con cerebros empolvados?
7. La investigación científica y tecnológica per se no impactan directamente en la elevación de la competitividad, sino que es su transferencia a las áreas de actividad económica lo que favorece la generación de riqueza y la creación de nuevas opciones laborales mejor remuneradas.
8. Todas las medidas en pro de la elevación de la productividad, la capacitación del recurso humano, la innovación y el desarrollo tecnológico pierden totalmente su impacto positivo, si no se tiene un lugar en el aparador; aunque pueda sonar simplista, a eso se reduce todo el esfuerzo previo y el posterior a la venta. El número uno es estar presente en el aparador. La Marca puede ser, y de suyo es, la gran diferencia para el consumidor. De ahí que registrarla, nutrirla y explotarla es un quehacer cotidiano en las organizaciones más competitivas del mundo. La Marca puede llegar a ser el activo más valioso de una empresa.
9. La competitividad implica un cambio de paradigma en cuanto no sólo a ganar las batallas, sino a cómo ganar la guerra. Los tiempos del Quijote solitario contra los molinos ha quedado atrás para siempre; hoy más que nunca, la posibilidad de triunfo reside en qué tan capaces somos de sumarnos estratégicamente con otros, para multiplicar nuestras fortalezas y minimizar nuestras debilidades.
10. La carrera en pro de la competitividad tiene como objetivos principales el crecimiento económico y el desarrollo humano; cuando esta simbiosis se rompe, los resultados no se concretan. Asimismo, vivir en un ambiente competitivo, representa un compromiso incluyente de largo plazo, en el que la planeación, la innovación, la medición y la exigencia de la eficiencia y la eficacia, son la receta del día a día.
Se lee sencillo, pero la aplicación demanda grandes esfuerzos. Nadie dijo que esto fuera fácil. Bien aplica el slogan aquél que decía: “Si las cosas que valen la pena se hicieran fácilmente, cualquiera las haría”. Que no me vengan con cuentos.
Si no hemos alcanzado niveles superiores de competitividad, es porque realmente no existe la cohesión, la visión y el compromiso colectivo para lograrlo. No es un problema de capacidad, sino de poder dejar de lado el individualismo. No se trata de que todos seamos como hermanas de la caridad; si quiere verse frívolamente, bastaría que fuéramos suficientemente egoístas, para darnos cuenta de que, si no trabajamos unidos, tarde que temprano, todos perderemos.