Por Eloína Juárez
“La vida es oscuridad cuando no hay impulso y todo impulso es ciego cuando no hay conocimiento y todo saber es inútil cuando no hay trabajo y todo trabajo es rutinario si no existe el cambio“.
En un mundo tan cambiante como en el que vivimos, donde la tecnología avanza a la par de las manecillas del reloj y en el que la globalización influye cada vez más en todos los aspectos, la clave para mantenerse dentro de un nivel profesional aceptable radica en la constancia, método y organización.
El ambiente en general que envuelve a las organizaciones está en continuo movimiento y es dinámico, exigiendo una elevada capacidad de adaptación de supervivencia. El secreto del buen éxito reside en apreciar el punto de vista del prójimo y ver las cosas desde ese punto de vista así como del propio (así lo definía Henry Ford). Sólo que en muchas de las ocasiones, lo anterior nunca sucede; la falta de disposición, apertura y madurez de una organización la hace cegarse ante lo nuevo y deja pasar de largo la oportunidad del cambio.
El cambio implica cooperación de todos y por esa misma razón, todos deben ser tomados en cuenta, para sentirse parte de esa evolución, enfrentarse juntos a lo nuevo y sobre todo, evaluarlo de manera constante. Ojo: Uno de lo principales conflictos en las organizaciones es que los miembros del equipo de trabajo no se acepten entre sí. La falta de integración representa uno de los obstáculos para llegar a lo que podríamos denominar reino de la oportunidad.
Así, pues, para sobrevivir y competir hay que adaptarse todos al cambio rápida y eficazmente. Miles, quizás millares de empresas no han entendido ese dicho de “renovarse o morir”; fortalecen la idea de que si ha funcionado así durante tanto tiempo un sistema, no es necesario cambiarlo; peor aún, pretenden y exigen a otros ser iguales a ellos, sin darse cuenta que la apertura a lo nuevo puede representar la oportunidad de trascender.
Aunque todos los aspectos del cambio ganan al llevarlo a cabo en colaboración con los involucrados, es necesario que exista una compresión compartida. Dentro de la organización, el producto de dicho cambio, va a afectar directa e indirectamente todas las áreas.
Gabriel García Márquez, en su libro “Cien años de soledad”, muestra cómo tarde o temprano la agonía y la muerte son inevitables cuando la desidia y los vicios se imponen a la razón y a la salud. Lo mismo le pasa a las empresas que piensan que las buenas épocas son permanentes sin un cambio de actitud por parte de sus directivos y sin esfuerzo adicional.
Todo en la vida es un proceso y como tal, pasa por etapas determinadas; la vida de una persona puede bien compararse con la vida de una empresa. La persona nace, la empresa comienza; la persona aprende a caminar, la empresa toma sus bases; la persona crece y se desarrolla, la empresa también y es en este apartado donde se presenta una evolución para finalmente, algún día, morir. Es en la etapa de desarrollo y evolución en donde se trabajó y se previó todo aquello que retrasará la muerte.
Si la persona se ejercitó, cuidó su alimentación, si tuvo una calidad de vida aceptable tendrá un buen morir. Por su parte la empresa, si estuvo siempre atenta a lo que los tiempos demandaban, si previó un plan alterno siempre y sus metas cambiaron de acuerdo al progreso que presentaba, su fin se retrasará y podríamos pensar incluso que no morirá, sino que resurgirá tal vez con un nuevo nombre o razón social, un nuevo enfoque, etcétera.
El reino de la oportunidad es el modelo que las organizaciones deberían seguir; la apertura y la aceptación de quienes la conforman tal cual son, forma parte de una madurez que sólo se logra con la experiencia, pero también siendo analíticos y respondiendo a lo que el medio demanda. Podríamos calificar de risible el hecho de que a estas alturas de la vida, sigan existiendo empresas con escasa visión del cambio como organizaciones, pero no podemos hacerlo porque lo cierto es que forma parte de una realidad producto de una cultura carente de conocimientos de desarrollo organizacional. Las empresas que suelen ubicarse dentro de tan vulnerable grupo pueden ser aquéllas a las que denominamos “empresas familiares”, aquéllas en las que la regla establece que los puestos directivos o de toma de decisión no pueden ser ocupados por nadie que no sea de la familia.
La tarea de los verdaderos consultores será ser los vigías de los síntomas que adolecen las organizaciones y no las dejan progresar, será también detectar e implementar a la brevedad los planes de acción convenientes para sacar a flote el barco y llevarlo a tierra sin perturbaciones.
Por su parte, los empresarios deberán prepararse, el conocimiento les dará herramientas para valorar y evaluar las situaciones de manera objetiva. Mostrar apertura y disposición a los cambios tanto en lo personal como en su organización es el primer gran reto y deberá poco a poco formar parte de un estilo de vida…