Por H.G. Freire
La creación de Inteligencia artificial ha obsesionado a los seres humanos desde siempre, esa búsqueda del soplo que dé la existencia en una comparación con Dios o la naturaleza, nos ha llevado por senderos inexplorados que al paso del tiempo están convirtiéndose en realidad.
El deseo de que alguien ayudara o algo redujera las tareas cotidianas y nos hiciera la vida fácil nos condujo a la elaboración de mazos, lanzas, arcos, flechas, más adelante al arado o la rueda. Dédalos, artífice ateniense constructor del laberinto donde se encerró al Minotauro, y él mismo, con el fin de que conservara el secreto fue recluido con su hijo Ícaro en su propia obra, de la que se fugó con facilidad, más tarde, para poder escapar de las tierras del rey Minos creó una estructura alada que les permitió huir volando.
En la Iliada, obra literaria del poeta Homero, se narra cuando Ulises supervisó la construcción del Caballo de Troya, la primera máquina de guerra, que soportada en la astucia y el engaño derrocó a los troyanos después de diez años de asedio.
El médico y naturalista Erasmus Darwin, (abuelo de Charles Darwin, creador de la Teoría de la Evolución) apoyado en el galvanismo (Teoría de Luigi Galvani según la cual el cerebro de los animales produce electricidad que es transferida por los nervios, acumulada en los músculos y disparada para producir el movimiento de los miembros), inventó aparatos con los que experimentó con descargas buscando darle la existencia a seres inertes. Las experiencias en este sentido pueden considerarse como el antecedente del desfibrilador cardiaco (aparato que envía una corriente eléctrica al corazón de forma sincronizada y con una intensidad determinada para evitar los paros cardiacos).
En la literatura fantástica tiene su iniciación como una estructura científica la obra de Mary W. Shelley, Frankenstein, el engendro que a través de un choque eléctrico cobra vida.
Para una mujer de 19 años y corriendo el año de 1816, la aportación médica que nos proporciona Shelley adquiere dimensiones extraordinarias, imaginemos al doctor Víctor Frankenstein injertando pedazos de cuerpos, cada uno extraño entre sí, tejiendo parte a parte diferentes trozos de piel en los numerosos huesos cubiertos de músculos, unidos con anterioridad, el doctor nos refiere:
“…los cementerios no eran para
mí… imaginación terrorífica, sino
receptáculos de los cuerpos privados
de vida…” “…mientras andaba entre
humedades impías de las tumbas o
torturaba animales vivos…” o “…las
salas de disección y los mataderos me
facilitaban muchos de mis materiales…”
“…proseguía la empresa con infatigable
ardor… con el único fin de proveerle
una vida a mi ente inanimado…”
“…Una lúgubre noche de noviembre
vi coronados mis esfuerzos. Con una
ansiedad casi rayana en la agonía,
reuní a mi alrededor los instrumentos
capaces de infundir la chispa vital al
ser inerte que yacía ante mí… la vela
estaba a punto de extinguirse cuando
vi abrir los ojos amarillentos y apagados
de la criatura; respiró con dificultad
y un movimiento convulso agitó sus
miembros…”
El monstruo llamado Frankenstein que a falta de nombre propio lleva el de su creador, ha sido inspiración para experimentar con distintas especies de la naturaleza. Cuando Shelley nos habla de que el doctor Frankenstein se proveía de materiales en los mataderos nos remite al xenoinjerto (transplante de órganos o piel de animales, que hoy en día, los bioingenieros experimentan con cerdos).
El injerto de piel en humanos se da con éxito por primera vez en el año de 1869 por el médico suizo Jacques Louis Reverdin.
El primer transplante humano de corazón ocurrió en 1964 en la universidad de Mississippi cuando el equipo del doctor James Hardy trasladó el corazón de un chimpancé a un paciente moribundo. El corazón estuvo latiendo 90 minutos antes de pararse.
Actualmente el transplante de corazón es enorme conquista. El procedimiento más común es tomar un corazón de algún donante recientemente fallecido (aloinjerto) e implantarlo en el necesitado, también es posible implantar uno artificial con buenos resultados.
Queda pendiente para la ciencia el transplante de cerebro en humanos, aunque el doctor Robert J. White en 1970 realizó el primer implante de cerebro exitoso sobre un primate, unió la cabeza de un mono al cuerpo de otro, “cuando la cabeza despertó estaba completamente conciente y con sus funciones craneales completas, podía ver, oír, oler y seguramente sentir dolor”. La cabeza de mono transplantada vivió tres días.
Todas estas ideas y maquinarias en el concepto de modernidad abrieron las puertas a la automatización, la cibernética y la robótica, las cuales en forma coordinada nos han dado el gran logro del movimiento por sí mismo.
Asimo, un robot creado por la empresa automotriz Honda, tiene el camino más avanzado en movilidad innovadora o tecnología inteligente, este robot autoregulado ayudará en labores del hogar, acompañará a los ancianos, podrá ser recepcionista en entradas de edificios que alberguen casas-habitación u oficinas.
Dentro de la ingeniería genética se espera que sus avances ayuden a predecir enfermedades. Hay quienes aseguran que en toda la historia de la humanidad la sociedad ha sido incapaz de aceptarse como es, motivo por el cual se ha buscado la perfección corporal.
Entonces podemos afirmar que Shelley y Frankenstein estarán vigentes mientras existan seres humanos.
Revista Órbita
Órbita es el órgano informativo trimestral editado por la Dirección de Financiamiento, Divulgación y Difusión del Consejo Mexiquense de Ciencia y Tecnología (COMECYT).