Por María Elena Meneses.
Profesora e investigadora del Tecnológico de Monterrey
El apagón de Wikipedia, uno de los símbolos emblemáticos de la era Internet, que recibe 25 millones de visitas al día en su versión en inglés, junto con miles de sitios dentro y fuera de Estados Unidos provocaron que el Congreso de ese país pospusiera el debate de dos controversiales inciativas tendientes a proteger los derechos de autor en Internet.
La Stop Online Piracy Act (SOPA) en la Cámara de Representantes y la Protect IP Act (PIPA) en el Senado son iniciativas complementarias, que proponen bloquear los sitios de Internet con material protegido por el copyright utilizando medidas extremas como las usadas en China y que Occidente, paradójicamente, ha criticado de manera contundente.
El representante Lamar Smith justificó el impasse legislativo hasta no encontrar consensos, lo que se observa difícil por lo extremo de las medidas propuestas.
Las iniciativas permitirían al Departamento de Justicia ordenar, previa queja de las empresas afectadas, el bloqueo técnico y económico a los proveedores del servicio de Internet, a los buscadores que indexen contenidos sospechosos, así como a todo sitio, incluidas las redes sociales.
Ambas propuestas legislativas son resultado de un costoso cabildeo de la industria cinematográfica, las televisoras y las disqueras, que atribuyen a Internet pérdidas en ventas y empleos. Datos que resultan de metodologías imprecisas o al menos faltantes de rigor científico. ¿Cómo establece la industria musical la correlación entre las descargas y la caída de las ventas?
Tanto la SOPA como la PIPA pudieran generar más problemas que los que intentan resolver. Se teme que de ser aprobadas pudieran tener efectos supranacionales, ya que el consumo cultural a nivel mundial proviene de empresas del entretenimiento estadounidenses. Tampoco puede descartarse que sean emuladas en otros países en un claro efecto dominó como es el caso de la iniciativa propuesta en México por el senador Federico Doring.
Técnicamente expertos han señalado que los bloqueos podrían provocar un caos en la red, cuyo orden está dado por los dominios.
Además de aprobarse, representarían el fin de Internet como lo conocemos, es decir, como un territorio de libre flujo de contenidos, que es herramienta para la democracia, para la innovación y la creatividad. Uno de los efectos colaterales más perniciosos y preocupantes sería el inhibir el uso de la red, lo que provocaría detenr su crecimiento y su desarrollo. No se debe olvidar que las empresas de la economía digital también generan riqueza y empleos.
Sin embargo, el impasse no puede ser considerado como un triunfo. Hasta ahora lo que hemos visto es un choque de paradigmas, el de la industria del entretenimiento tradicional que se dice afectada por las prácticas culturales de la era digital y por el otro, una industria que gana poder y millones basada en inéditas prácticas culturales como las descargas, la producción amateur y el compartir contenidos.
Estamos ante una dura batalla en la que se enfrentan dos modelos de negocio, el de la era industrial y otro que tiene lugar en las redes digitales y que representan otros gigantes igualmente poderosos como Google y la red social Facebook. El éxito económico de estas empresas de le economía digital no hubiese sido posible con medidas extremas como las que ahora se proponen.
Más allá de la lógica del mercado, es incuestionable que la red ha favorecido la aparición de novedosas formas de creación y consumo cultural. ¿En dónde quedamos los internautas que nos hemos apropiado de Internet para la productividad, los pequeños negocios, la educación, el activismo e, incluso, para nuestra vida afectiva? Ésta es probablemente la pregunta por responder por gobiernos, empresas , legisladores, así como por la sociedad civil.
Es momento de conciliar y de reconocer que la realidad cultural se ha modificado en este siglo de manera irremediable y que requiere de nuevos marcos de entendimiento.